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Ay hijito Daniel, treinta años ya. Cómo pasa el tiempo. A veces cierro los ojos y todavía te veo corriendo por la casa con esa sonrisa que llenaba todo. Yo desde aquí te miro y me da una ternura enorme ver cómo sigues avanzando, cómo cuidas a los tuyos, cómo ríes, cómo haces esos chistes tuyos que a veces me hacían rodar los ojos, aunque igual me sacaban una sonrisa. Tú siempre fuiste el primero en aparecer cuando la familia necesitaba una mano. Eso no lo hace cualquiera. Eso lo hace alguien con un corazón fuerte y bueno, como el tuyo. Por eso me da tanto orgullo ver en el hombre que eres al mismo niño noble que se sentaba a mi lado solo para acompañarme. Quiero que hoy celebres sin miedo, que te rías hasta que te duela la barriga y que recuerdes que tu abuela siempre te tuvo un cariño especial. No te descuides. Come bien, duerme más, deja de estresarte por todo y sigue caminando firme, porque tú naciste para cosas buenas. Y hazme caso, hijito, aunque ya no esté para jalarte las orejas. Te mando un abrazo grande, de esos que apretaban rico y que tú siempre me devolvías con fuerza. Te quiero un montón y te deseo un cumpleaños lleno de bendiciones y de esas risas que siempre me hacían el día. Feliz cumpleaños, mi Danielito. Te quiero más de lo que imaginas
