Descripción
Me desperté llorando el día del bautizo de mi nieto. Esa mañana, mis ojos estaban hinchados por las lágrimas que no había logrado contener en toda la noche. El silencio de la casa me pesaba como nunca; parecía que cada pared guardaba los ecos de mis recuerdos, de mis esfuerzos, de las veces que me levanté para criar sola a mi hijo después de la muerte de su padre. Todo eso estaba en esas paredes, en esos rincones, y sin embargo, ahora me sentía expulsada de la historia de mi propia familia. Encima de la mesa, encontré la nota de mi nuera. La letra apretada, con tinta azul, me atravesó como una daga: ‘No tienes lugar en esta familia.’ La leí una vez. Dos veces. Diez veces. Cada palabra se me clavaba más profundo, como si ella hubiera querido arrancar de cuajo mi identidad, mi dignidad, mi derecho de ser madre y abuela
