Te amé con la pureza de las lunas antiguas, con el fervor de mares que jamás descansan. Fuiste mi primavera prohibida, mi refugio en la penumbra, y aun así, me dejaste rota, desgarrando mi corazón como un cuervo arranca con furia la carne de lo vivo. Hoy ya no soy tuya, soy la bruja de tu condena. Y en esta noche oscura te nombro entre velas negras, invoco a las sombras y sello tu destino en mi voz: Jamás me olvidarás. Podrás besar mil labios, buscar refugio en mil cuerpos, pero en lo más profundo seré yo la herida que no cicatriza, la llama que arde en silencio cuando cierres los ojos. Te persigue mi nombre como maldición, te sigue mi aliento como espectro. No importa a dónde huyas, tu dicha será un espejismo, porque la felicidad la tenías en mí, y al romperme, la perdiste para siempre. Que la memoria sea tu tormento, que el eco de mi risa sea tu cruz, que en cada esquina vacía veas mi silueta cubierta de sombras. Que en cada abrazo ajeno te ahogue el recuerdo del calor que solo yo te di. Escucha: el tiempo no te librará de mí, porque el tiempo es cómplice de los conjuros eternos. Cuando busques paz, mi voz surgirá como un canto fúnebre; cuando busques olvido, mi rostro arderá en tus sueños. Y aunque me sigas amando, soy yo quien ya no te acepta, soy yo quien cerró la puerta y selló el portal con sangre y lágrimas. Pero tu alma quedó encadenada a la mía, y esa es tu condena: caminarás el mundo entero sin hallar reposo, sin hallar alegría, porque la llave de tu felicidad la enterraste conmigo. Así lo juro bajo esta luna oscura, así lo decreto con mi voz quebrada: que nunca olvides, que nunca sanes, que el amor que rechazaste te queme como brasas en el pecho hasta el último suspiro de tu vida. Yo soy tu maldición, yo soy tu sombra eterna, yo soy la mujer que te amó y que perdiste. Y en tu condena, en tu dolor perpetuo, aprenderás lo que significa haber roto el corazón de quien te amó como nadie más.
