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Quisiera que el tiempo se detuviera cuando estás junto a mí. Quisiera que las estrellas brillaran tanto como tu sonrisa. Quisiera que cada latido de mi corazón te dijera lo especial que eres para mí. Quisiera ser el motivo de tu felicidad cada día.

Te busco en los espacios que dejó el silencio, como quien busca estrellas en la tarde. No es que te extrañe menos, es que aprendí a quererte como se quiere al mar: sabiendo que las olas vienen y van, sin pedirles que se queden quietas.

No volverán las tardes compartidas, no habrá más risas bajo lluvia. No sabré si me buscaste en otros ojos, si guardaste mi nombre en tus secretos. No existirá ese futuro que dibujamos, ni las promesas que juramos eternos.

Cada vez que pienso en el amor, me doy cuenta de lo especial que puede ser. Para mí, el amor es como un sueño que se hace realidad, algo único y diferente. Porque cuando encuentras esa persona especial, todo cambia, todo se vuelve más hermoso y significativo.

El amor es como el mar que viene y va, eterno en su movimiento pero nuevo cada día. Mis palabras son gaviotas que vuelan hacia ti, perdiéndose en el horizonte del tiempo. Y aunque el viento cambie, mi corazón sigue el mismo rumbo, como una brújula fiel a su norte.

Entre las sombras del atardecer urbano, mis pensamientos danzan como hojas secas. El café se enfría mientras busco palabras que se esconden tras cortinas de memoria. Los ruidos de la ciudad me atraviesan, pero mi mente vaga por jardines antiguos, donde el tiempo era más lento.

¿Dónde se esconde la luz que antes brillaba en mis ojos? Este vacío me consume, me ahoga en silencio. Las sombras danzan en mi memoria, y cada latido es un eco de lo que perdí. ¿Cuándo cesará esta soledad?

Me pregunto si las palabras que nunca dijimos siguen flotando en algún lugar, si los momentos que no vivimos existen en otro tiempo, si el amor que no fue tiene forma en algún universo paralelo donde nos encontramos, donde somos.