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¿Te imaginas ser tan bueno… que los demás jugadores de élite evitan enfrentarte? Eso fue lo que vivió José Raúl Capablanca, el genio cubano que cambió la historia del ajedrez sin mover una sola pieza de más. — Nació en mil ochocientos ochenta y ocho… y aprendió a jugar ajedrez a los cuatro años, solo viendo a su padre. A los trece, ya era campeón nacional. Pero lo más impresionante, fue su forma de jugar.

Cada paso que da en la cancha cuenta una historia diferente. Los que dudaron ayer, hoy son testigos de su magia. No es solo un jugador más, es un artista que pinta con el balón, que transforma los segundos en eternidad. Su legado apenas comienza.

¿Has oído hablar del incidente de Dyatlov Pass? En 1959, nueve experimentados montañistas murieron en circunstancias inexplicables en los Urales. Sus cuerpos fueron encontrados semidesnudos en la nieve, algunos con radiación inexplicable. Las autoridades cerraron el caso apresuradamente, pero los documentos desclasificados sugieren algo más siniestro.

No era el más rápido, no era el más fuerte, pero cada vez que pisaba la cancha, escribía su propia historia. En sus ojos brillaba la determinación de quien sabe que los sueños no conocen límites. Porque a veces, la grandeza viene en el espíritu, no en los números.

Nadie apostaba por él, pero Maradona era diferente. En las calles de Villa Fiorito forjó su magia, donde otros veían barro, él pintaba obras de arte. Pequeño de estatura, gigante en el campo. No era un jugador, era una revolución con piernas, un poeta del balón que bailaba entre titanes.

Nadie apostaba por él, pero Magic Johnson cambió el juego para siempre. Con su sonrisa eterna y dos metros de pura alegría, convirtió el básquet en poesía. No era solo un base, era un gigante jugando como pequeño, un artista pintando jugadas imposibles. Donde otros veían problemas, él creaba magia.

—Señora Martínez, por favor, no salga sola a estas horas —susurró Ana, su vecina, desde la ventana. —Necesito aire fresco, Ana. La noche está tranquila. —Pero las calles no son como antes. —Lo sé, pero debo hacerlo.

Sumergido en la quietud del amanecer, contemplé el paso del tiempo en mi consciencia. Cada respiración marcaba un instante único, irrepetible. Me pregunté: ¿Qué es la existencia sino esta sucesión de momentos que fluyen como agua entre los dedos?