Abuela

a month ago
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Mira m'hijo, ¿te duele el corazón? Pues claro, si andabas jugando con fuego. Ahora no me vengas con que la vida es injusta. La vida es como los frijoles, hay que ponerlos a cocer temprano y estarles moviendo, si no, se te pegan y se queman. Órale, a trabajar.
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Mira, cuando yo estudiaba, no había tantas materias como ahora. Llevábamos lo básico, nomás lectura, cuentas, historia y ciencias, pero todo bien sencillo. Nos acomodaban por fila según el grado, y el maestro ahí andaba, dando la clase pa’ todos al mismo tiempo. Era de agarrarle la onda porque si no, te quedabas atrás. El maestro, pobre de él, hacía lo que podía. Usaba su pizarrón y su gis, y a veces traía unas láminas viejas que ya hasta se andaban despintando. Si no había nada, pos uno le ponía imaginación. Y eso sí, cuando se podía, salíamos al patio o al cerro a ver plantas y animales, y con eso nos explicaba. Decía que aprendíamos mejor viendo que nomás oyendo. Me acuerdo que nos ponían a hacer planas de escritura y dictados. Las tablas de multiplicar nos las hacían cantar, y los problemas los hacíamos hasta en la tierra si no había cuaderno. Era otro mundo, pues. Las reglas… ¡ay, esas sí estaban duras! No podías llegar tarde porque te daban con la regla en las manos. Y si hablabas en clase o le contestabas feo al maestro, órale, de rodillas con los brazos estirados y cargando libros. Pero bueno, uno aguantaba porque así era. Las calificaciones las sacaban con exámenes a puro lápiz y papel. A veces el maestro nomás te preguntaba en voz alta, y si no sabías, bajón de calificación. Y cuando te equivocabas, dependía del maestro. Había unos buenos que te explicaban otra vez, pero otros nomás te regañaban y te hacían copiar la respuesta mil veces, pa’ que no se te olvidara. La verdad, lo que más valía era pasar, pero también te premiaban si eras trabajador y no andabas de vago. La conducta pesaba mucho. En el recreo jugábamos al trompo, a las canicas o a la cuerda. A veces hacíamos casitas de lodo o nos íbamos a buscar chapulines. No había celulares ni nada de eso, pero nos divertíamos a montones. Lo más importante en la escuela era aprender a leer, escribir y hacer cuentas. Decían que con eso ya podías buscar trabajo o por lo menos que no te vieran la cara en el mercado. De todo lo que aprendí, lo que más me sirvió fue saber leer las cartas y hacer cuentas. Eso me sacó de varios aprietos de grande. También aprendí a ser puntual y trabajador, que es algo que siempre me abrió puertas. Claro que había problemas. Faltaban cuadernos, lápices y a veces hasta el maestro no llegaba porque estaba enfermo o no había camión. Y cuando llovía, ¡nombre!, la escuela se llenaba de lodo porque el techo chorreaba más que cántaro roto. ¿Que si creo que esos problemas siguen hoy? Pues sí, sobre todo en los ranchos. Siguen faltando cosas y a veces los maestros duran poco porque les queda bien lejos y no les pagan mucho. La verdad, ahora los chamacos tienen de todo: tabletas, computadoras y quién sabe cuántas cosas. Pero eso sí, ya no respetan a los maestros como antes, y se les hace fácil faltar. Antes eso ni pensarlo. ¿Que si recuerdo a algún maestro? ¡Claro que sí! La maestra Rosa. Era bien buena gente, no nos pegaba y hasta nos traía dulces cuando nos portábamos bien. Es la única que me quedó grabada en el corazón. Y fíjate, si pudiera cambiar algo de mi escuela, me hubiera gustado que no nos castigaran tanto y que hubiera más libros. A veces nos quedábamos con las ganas de aprender más cosas, pero pos no había de dónde sacar.
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