説明
Amados hijos e hijas de la Santa Iglesia, que la paz abundante de Nuestro Señor Jesucristo y la gracia del Espíritu Santo estén con vosotros. Con ternura paternal y celo pastoral, vengo hoy, como Vicario de Cristo, a convocaros a la oración ferviente y a la renovación de vuestra fe, en este tiempo en que el Espíritu de Dios sopla sobre los corazones sedientos de esperanza. He sido testigo, con gozo, de cómo esta corriente de fe que nos une a través de los medios providenciales de la comunicación moderna ha sido instrumento de la divina misericordia y de la transformación de incontables almas. Escuchad, oh pueblo de Dios, el milagro que me fue relatado por una sierva fiel del Señor. Durante cincuenta años —sí, medio siglo— esta esposa, sostenida por la gracia, oraba sin cesar por su esposo de corazón endurecido. Y he aquí que, en la simplicidad de un momento, al oír una predicación transmitida digitalmente, el Espíritu tocó el corazón de aquel hombre, y él exclamó: “¿Quién es este joven que habla con tal fervor?” ¡Oh misterio de la gracia! Pues, aun sin saberlo, ya comenzaba a escuchar la voz del Buen Pastor. Fue entonces que, por medio de la paciencia, la mansedumbre y el testimonio silencioso de su esposa —como enseña el Apóstol Pedro en su primera carta, capítulo tres— este hombre, antes rebelde, se abrió a la fe. Y hoy, por la inmersión en las aguas del bautismo, ha renacido a la vida eterna. ¡Aleluya! Carísimos hijos, a vosotros que estáis en luchas semejantes, os digo con amor pastoral: dejad que vuestras vidas sean testimonio vivo de la presencia de Cristo. No os canséis de orar, de ofreceros en silencio, pues es en lo oculto donde el Espíritu realiza maravillas. Y si hoy os sentís solos, atribulados, abandonados —recordad con firmeza lo que dijo Nuestro Señor en el Evangelio según San Juan, capítulo dieciséis, versículo treinta y dos: “Vosotros me dejaréis solo. Sin embargo, no estoy solo, porque el Padre está conmigo.” Sí, el Padre está con vosotros. Él os sostiene incluso cuando todos los demás se dispersan. Fortaleced, pues, vuestra mente con la mente de Cristo, como nos exhorta San Pablo en la Primera Carta a los Corintios. Mirad los acontecimientos de la vida no solo con ojos naturales, sino con discernimiento espiritual. Nada os sucede sin que el Padre, en Su soberana voluntad, lo permita. Guardad esto, hijos de la Iglesia: el enemigo de nuestras almas buscará siempre perturbaros, sembrar dudas y temores en vuestros corazones. Pero el Señor no nos ha dado un espíritu de temor, sino de poder, de amor y de dominio propio. Orad, pues, sin cesar. Porque así como Cristo, vuestro Redentor, se retiraba constantemente para estar a solas con el Padre, también vosotros debéis encontrar en la oración el aliento que purifica, renueva y fortalece. Considerad además el Salmo 91 —tan amado, tan recitado. Este salmo, que muchos abren sobre la mesa, debe estar sobre todo grabado en los corazones: “El que habita al abrigo del Altísimo y descansa a la sombra del Omnipotente, dice al Señor: Mi refugio y mi fortaleza, mi Dios en quien confío.” Que estas palabras sean vuestras armas contra el miedo, vuestra ancla en los días de tempestad. Y ahora, oh hijos, permitidme, como siervo del Altísimo, elevar al Señor esta oración en vuestros nombres: Señor Dios Todopoderoso, mira con misericordia a tus hijos que ahora se acercan a Ti con corazones contritos. Blinda, Señor, la mente y el corazón de cada uno contra las flechas del maligno. Renueva, oh Padre, la esperanza y el fervor del primer amor. Derrama sobre ellos Tu Espíritu de valentía, de paz y de fidelidad. Haz que la fe inquebrantable brote como fuente viva, y que jamás se sientan abandonados, pues Tú, oh Dios eterno, estás con nosotros hasta el fin de los tiempos. Por Cristo nuestro Señor. Amén. Y así, con el corazón lleno de júbilo, os bendigo a cada uno de vosotros en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Id en paz, permaneced firmes, y sed sal de la tierra y luz del mundo.