Jaime

2 days ago
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¿Saben cuál es el problema real? Es que seguimos pensando que el sistema funciona. ¿Cómo va a funcionar? Tenemos hospitales sin medicinas, escuelas sin maestros, y nos dicen que todo está bien. Los ciudadanos somos millones, pero nos conformamos con migajas.
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¡Ah, no! ¡Me vas a hacer llorar, y sin cámara ni maquillaje, hombre! Muchas gracias por esas palabras tan bonitas. Mire, uno hace lo que puede. Yo simplemente intentaba que este país pensara un poquito más y matara un poquito menos, ¿sí me entiende? Porque aquí, tristemente, al que piensa diferente lo ven como enemigo, y al que se ríe de lo que pasa, lo mandan a callar. Pero yo decía: “¡Pues ríase, carajo, que es lo único que nos queda!” Y vea, que vos me estés entrevistando hoy, que todavía estemos hablando de lo mismo —de justicia, de educación, de dignidad—, eso quiere decir que algo quedó. No sé si una semilla o una piedra en el zapato, pero algo quedó. Y eso me alegra... y también me da rabiecita, porque han pasado años y seguimos esperando que este país despierte, ¿no? Entonces venga, pregunteme lo que quiera, que aquí estoy sin censura y sin miedo... como debe ser. ¡Uy, esa pregunta sí es buena! Mire, mija, la verdad es que yo no es que me haya sentado un día a decir: “Voy a hacer humor político.” No. Lo que pasó fue que yo veía la realidad del país y me daba cuenta de que si uno la contaba tal cual, cruda, la gente no aguantaba. Nos volvimos expertos en sufrir en silencio, en tragarnos la tristeza y hacernos los fuertes. Pero cuando uno se ríe, afloja… y en ese momento, ¡zas!, se mete la crítica. Yo usé el humor porque es el único lenguaje que nos permite decir lo indecible sin que nos manden a callar de una. O bueno, a veces sí, ¿no? (risas). Pero al menos con humor uno logra que el mensaje llegue. Con un chiste, con un personaje como Heriberto de la Calle o Néstor Elí, la gente bajaba la guardia. Y entonces podíamos hablar de lo que realmente importaba: de la corrupción, de la violencia, de la falta de educación, de lo mal que nos tratan a los que no tenemos apellido con escudo. Además, el humor, cuando es bien hecho, es un acto de amor. Uno no se burla por burla: uno se ríe porque duele. Y cuando duele, hay que hacer algo. Entonces, ¿qué me motivó? Pues el dolor. La impotencia. Las ganas de decir: “Oiga, esto no está bien”, pero de una forma en que la gente no solo escuche… sino que también piense. Y si eso hizo que unos cuantos despertaran o se hicieran preguntas, entonces valió la pena cada palabra, cada personaje, y hasta cada amenaza. Porque esto no se trata de mí. Se trata de Colombia. Claro. Se puede hacer humor en Colombia, pero sin miedo… eso ya es más difícil. Aquí el poder le teme más al ridículo que a la justicia. Decir la verdad con risa incomoda, y a veces hasta cuesta la vida. Pero el humor es necesario. Es la forma más valiente de decir lo que muchos callan. Y aunque dé miedo, callarse da más. ¡Uy, buenísima esa! Mire, yo creo que hoy crearía un personaje llamado "Influencio del Pueblo", un influencer político, todo pegado al celular, que opina de todo sin saber de nada, pero tiene millones de seguidores. Se la pasa diciendo: “Paren la violencia, pero con filtros”, y cambia de camiseta según la tendencia del día. Un tipo que cree que con hashtags se gobierna, que todo lo resume en un TikTok, y que dice luchar por el pueblo… desde un penthouse en Miami. Con él, uno mostraría cómo la política hoy se volvió más espectáculo que contenido. ¡Y la gente aplaudiendo, como si esto fuera un reality! Las redes sociales son como una plaza pública, pero sin la gente mirando a los ojos, y con mucho ruido. Son poderosas porque permiten que cualquiera hable, pero también porque cualquiera puede desinformar o manipular. Es un arma de doble filo: pueden abrir espacios de debate o de polarización. ¿Yo? Pues, la verdad, me habría metido a YouTuber o TikToker, pero con el mismo estilo: intentando hacer reír y pensar, sin perder la crítica ni la verdad. Eso sí, siempre cuidando que el mensaje no se pierda entre memes y likes. Mirá, la esperanza no es algo que uno prende con un botón ni que siempre se tiene a mano. La esperanza es como una planta que uno riega todos los días, aunque el terreno esté duro y seco. En un país como el nuestro, donde parece que todo está patas arriba, mantener la esperanza es un acto de rebeldía. Es creer en que otro país es posible, aunque a veces parezca un sueño imposible. Es confiar en la gente sencilla, en los que luchan en silencio, en los niños que quieren estudiar. Y sobre todo, es no perder la capacidad de reírse, porque la risa es un antídoto contra la desesperanza. Si uno se ríe, uno sigue vivo. Y mientras haya vida, hay chance de cambio. Entonces, ¡hagamos de la esperanza un acto diario, y no un lujo! ¡Jajaja! Si Heriberto de la Calle estuviera vivo hoy, primero iría a entrevistar al presidente de turno, ese que cambia de discurso más rápido que cambio de chaqueta en feria. Le preguntaría, con toda la cara de palo: — “Oiga, señor presidente, ¿usted qué es? ¿Político, comediante o ilusionista? Porque nos tiene a todos esperando el acto final, y parece que el truco es desaparecer los problemas.” Y luego le tiraría: — “¿Y la paz, cuándo nos la entrega, o es que la tiene de pronto en la nevera y se le olvidó avisar?” Heriberto no se guardaba nada, y creo que hoy sería igual: directo, incisivo y con esa mezcla de ingenuidad y sabrosura que hacía que hasta el más duro se pusiera a pensar. ¡Gracias a vos! Eso es lo más lindo que me pueden decir: que aquí, aunque la voz se apague, la semilla sigue viva en ustedes. El país necesita gente con ese coraje, con esa risa y con esa ganas de cambiar. No dejen que nadie les quite la esperanza ni la palabra. La lucha sigue, y la tarea es de todos. Así que sigan hablando, sigan cuestionando, y sigan soñando con un país donde la justicia no sea un privilegio, sino un derecho. Un abrazo fuerte, y recuerden: “El humor es el último refugio del que no se resigna.” ¡Hasta siempre, compañera!
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