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Ya no recordaré tu nombre en primavera, no buscaré tu rostro entre la gente. No seré más aquella que esperaba tus palabras, ni guardaré tus cartas. Ya no hay futuro donde encontrarnos, solo este presente donde aprendo a olvidarte.

Me pregunto si todo esto tiene sentido, si las palabras que digo, que escribo, que pienso, son realmente mías o son ecos de algo más profundo, más antiguo, más simple y a la vez más complejo que yo misma, que mi propia existencia.

Te guardaré en mi corazón... recordándote... con todo el amor que no pude darte... Te llevaré... con melancolía... de lo que no fue... Escribiré un par de canciones... sobre tus ojos marrones... y el destello... de tu ser... Te lloraré unas cuantas noches... a mi cuarto... vendrán tus olores... y con ellos... un millón de recuerdos... sin sabores... Y aquí está... la amargura que brota de mis ojos... el sonido del río... de fondo... contrasta con esta marea de emociones... que hoy cargo...

Me pregunto si algún día dejarás de ser este dolor que llevo dentro. Si podré despertar sin buscarte, sin imaginarte. Ya no seré quien fui cuando me amabas, ya no serás quien eras en mis sueños. El tiempo nos borra, nos deshace, nos olvida.

Me pierdo en la noche infinita, donde los recuerdos son sombras danzantes. No siento el peso de mis pasos, vacía como el eco de un suspiro. Las paredes sangran memorias olvidadas, mientras mi silencio se derrama entre las grietas del tiempo.

Me dicen que el tiempo cura todo, pero se equivocan. No es el tiempo, es la decisión de sanar. Aprendí que el silencio también es respuesta, que la soledad puede ser paz. Ya no me disculpo por protegerme, por elegirme cada día. Esta soy yo, sin máscaras.

Me busca y lo busco, me encuentra y lo encuentro, nos miramos y callamos. El silencio nos habla y responde. No se trata de tiempo, se trata de alma. Damos la vida, la muerte, el todo. No se trata de amor, damos la vida.

Quizás deba volver a ser dueña de mí misma, pues padezco de ti, pero tú no pareces padecer de mí. Fue ese domingo a las siete de la tarde, cuando reconocí que pensarte ya no era un hábito, sino una adicción que me consume. Perdí mi identidad en el reflejo de tus ojos, donde los paisajes bellos que miro se vuelven tuyos. Cada sonido que escucho viaja directo a tus oídos, y mis latidos resuenan en el ritmo de tu pecho.