omar mauricio

2 个月前
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Hola amigos, hoy quiero contarles que me encanta la comida chilena, especialmente las empanadas de pino y el pastel de choclo. También me gusta mucho tomar mote con huesillo, es muy especial y refrescante, sobre todo en verano.
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El viento del juicio se disipó, y con él, la sombra del adversario. Satanás, derrotado, se desvaneció en la penumbra, incapaz de resistir la autoridad de Dios. Pero su furia no se extinguió. Desde aquel día, su misión sería la misma: acusar, dividir y sembrar la duda en cada alma. Miguel, en cambio, se inclinó ante la voluntad divina. Su espada se guardó, su luz se expandió, y con un gesto de reverencia, descendió para cumplir la orden de Dios. Tomó el cuerpo de Moisés y lo ocultó en un lugar que ningún hombre jamás encontraría. Su tumba permanecería desconocida, su descanso sellado por el Altísimo. Pero ¿por qué? ¿Por qué Dios permitió esta disputa? ¿Por qué el cuerpo de Moisés no quedó entre su pueblo como un monumento a su legado? La respuesta yace en la naturaleza humana. Si Israel hubiera encontrado la tumba de Moisés, la habría convertido en un santuario. Con el tiempo, su memoria habría sido objeto de veneración, y el pueblo, tan propenso a la idolatría, podría haber caído en el error de adorar al hombre en lugar de a Dios. Pero Moisés no era el fin de la historia. Su misión había sido llevar a Israel hasta la frontera de la promesa, pero otro debía completar la obra. Josué tomaría el liderazgo, guiando a la nación hacia la tierra que fluía leche y miel. Sin embargo, la historia de Moisés no termina aquí. Siglos después, en lo alto de un monte, ocurrió algo asombroso. Durante la transfiguración de Jesús, cuando su gloria se reveló ante Pedro, Santiago y Juan, dos figuras aparecieron a su lado: Elías y… Moisés. El mismo hombre por cuya alma Satanás peleó, aquel que no había pisado la Tierra Prometida en vida, ahora estaba presente en la gloria de Cristo, en la verdadera Tierra Prometida, en la presencia de Dios. La justicia y la misericordia se encontraron en su destino. Moisés no fue perfecto, pero su fe lo llevó a la redención. No entró en Canaán, pero entró en la eternidad. Y así, la disputa por su alma terminó con una victoria absoluta para el reino de los cielos. Porque, al final, no son nuestros errores los que definen nuestro destino, sino la gracia del Dios que nos llama.
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