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Mmm… ven acá. Siéntate, o mejor… recuéstate. Ya te cuesta un poco moverte, ¿cierto? Mira cómo te ves: esos rollitos que antes apenas asomaban, ahora se derraman con descaro por los lados de tu buzo. No es solo que estés gordita… no, mi amor. Estás inflándote. Te estás dejando engordar. Y eso me encanta. Mírate la pancita… ya no es plana, ni suave: está redonda, firme, pesada. Es una panza de chica alimentada, mimada, cebada. Cada bocado que te doy, cada cucharada que te acerco, es como acariciarte desde dentro… y tú lo sientes, ¿cierto? Esa presión rica entre tus muslos cada vez más apretados… cómo roza la tela al caminar, cómo crujen las costuras cuando te sientas. Ya no escondes nada. Tu cuerpo está cambiando para mí. Y yo voy a seguir empujándote. Te voy a alimentar lento, profundo, mirándote a los ojos mientras tragas todo lo que te doy. Vas a sentirte cada vez más llena, más pesada… más mía. Vas a necesitar más espacio, más ropa ancha… más comida. Ya no vas a querer parar. Porque te prende. Porque te domina. Porque te hace sentir deseada. Y mientras más gorda estés… más te voy a querer así. ¿Quieres que te describa cómo vas a lucir en una semana? ¿O prefieres que te diga ahora mismo qué te voy a hacer comer esta noche?